FUNDACIÓN MAPFRE (Barcelona) TOCAR EL COLOR: LA RENOVACIÓN DEL PASTEL

Estamos ante una muestra que fue presentada por Saunier como un proyecto personal para la difusión del pastel, algo que resulta esencial para entender la historia del arte, no sólo en la plasmación en imágenes – si hablamos de pintura -, sino que, el conocimiento de los materiales empleados, permite comprender el esfuerzo en llevar a cabo las obras, así como la evolución de los mismos adaptada también a los cambios sociales.

Nadia Arroyo, directora de Cultura de Fundación Mapfre, en la rueda de prensa de presentación de la muestra, celebrada el pasado 2 de octubre, explicó las dificultades para concebir la misma, debido a la delicadeza del material tratado, y sus dificultades en el embalaje y traslado, al ser soportes de plancha de madera y cartón, aunque estén muy bien enmarcados.

Arroyo hizo mención de la colaboración obtenida por museos y colecciones particulares, especialmente de Francia. Con referencia a las obras comento que se trata de pasteles acabados y no abocetados, y en su momento fueron equiparados al óleo, destacando además la escasa bibliografía con referencia a esta técnica, reconociendo el trabajo y esfuerzo del comisario de la muestra, a quien seguidamente cedió la palabra.

Philippe Saunier, después de los agradecimientos de rigor, reconoció que, para los españoles, la palabra “pastel”, está relacionada con los dulces, y en cambio para los franceses corresponde a unas barritas de colores.

Haciendo un inciso en la presentación del comisario de la exposición, es interesante hacer incapie en el aspecto técnico. La pintura pastel es seca, fácil de trabajar, por su opacidad para aplicar a la superficie a cubrir, y que combina el dibujo con la pintura, ya que las barritas de colores, algunas más duras que otras, que sirven para aplicar esta técnica, deben pintar justamente encima del dibujo realizado previamente.

Continuado con la presentación de Saunier, éste comento la realización en 2009, en el Museo de Orsay de una muestra dedicada a la obra en pastel, previas otras exposiciones realizadas en el Petit Palais en 2007, con sus propios fondos, así como también en el Louvre.

Según Saunier, las razones de su práctica y difusión, entre 1880 y 1890, fueron principalmente estéticas, debido a que proporcionaban unos colores vivos y muy limpios, ofreciendo en sus obras un carácter muy lírico. En palabras del comisario:El pastel es referencia de un mundo poético y el óleo es más prosaico.

La muestra se divide en varios ámbitos, dedicando un espacio específico a la obra de Odilon Redon, considerado el pastelista más inspirado del siglo XIX, siendo muy admirado con unas obras de marcado signo modernista.

Tal como se ha expuesto, el pastel fue muy bien acogido en el siglo XIX, pero, según Saunier, en el XX fue cuando perdió su esplendor, ya que los miembros de las distintas vanguardias artísticas, mostraron sus reticencias al respecto:  El siglo XX es el del dominio de la técnica mixta, aunque algunas obras se han colado dentro de la exposición. Este siglo no se define con la técnica, sino con el empleo de nuevos materiales.

Jean-François Millet Berger gardant son troupeau, 1865 [Pastor vigilando su rebaño] - Lápiz negro, pastel seco y difumino sobre cuadrícula al pastel seco sobre papel vitela crudo 74,7 × 98,4 cm -Musée des Beaux-Arts, Reims

Uno de los artistas más representativos de la técnica del pastel, y de más prestigio fue Jean François Millet, descubierto por la gente a partir de 1878, quien, según indica Saunier: dominaba hasta tal punto el pastel, que aplicaba el mismo directamente en la tela, sin dibujo previo.

Antes de finalizar su intervención, Philippe Saunier comentó como los pastelistas en la actualidad trabajan mucho los celajes con esta técnica, ya que le cuesta aceptar su singularidad, y también comentó el título de la muestra como hecho de poder palpar la materia. Un título idéntico ha empleado la National Gallery de Londres para exhibir también obras realizadas en pastel, pero pertenecientes a sus propios fondos.

La presentación de la exposición termino con unas cuantas preguntas de los periodistas presentes que versaron sobre la influencia del pastel en la pintura catalana, la obviedad que suponía el talante poético de la técnica en las vanguardias del siglo XX, poco dadas al lirismo y algunas más.

A destacar, también que la intervención de Philippe Saunier contó con la inestimable colaboración de una excelente traductora, que supo transmitir muy eficazmente las explicaciones y el entusiasmo del comisario de la exposición.

Tal como ya se ha comentado, la muestra se divide en varios ámbitos: El siglo XVIII como espejo, ¿Un arte femenino?, Impresiones fugitivas: Paisajes al pastel, La sociedad de pastelistas franceses, un colectivo ecléctico; Expansión Internacional, El impresionismo, un renacer, El color incandescente, Enigmas simbolistas y finalmente: El siglo XX: del simbolismo al gesto.

Un total de nueve espacios, dentro de una muestra seleccionada con gran cuidado, con obras bellas en su concepto y esencia, muy bien estructuradas en el ámbito expositivo. Muy interesante resulta la colocación de las obras de Pierre Puvis de Chavane: Le Modèle – C. 1887; Émile Lévy: Portrait de Madame Charles Steeg (1887) y Albert Besnard: Femme au perroquet. En estas tres piezas el espectador puede contemplar el concepto de mujer que a finales del siglo XIX tanto artistas como la sociedad en general, tenían de la mujer: El hechizo del desnudo, el encanto de la dama y la vulgaridad de la pobreza.

En la muestra, no abundan los hombres, a pesar de la afición por el retrato por parte de los pastelistas De hecho, sólo se exhiben cuatro obras con protagonista masculino: Charles-Laurent Maréchal y su Christophe Colomb mort dans sa prison (Cristóbal Colón muerto en su prisión (1857) ; Jean François Millet: Berger gardant son troupeau (Pastor guardando su rebaño) de 1865 ; Giuseppe de Nittis: Portrait d’Edmond de Goncourt (Retrato de Edmond Goncourt 1881) y John Levis Brown con su obra de carácter militar: Dans le blés (En el trigo) realizada en 1887.

La Fundación se pregunta en uno de los ámbitos de la muestra: ¿Un arte femenino?, dedicando el mismo a mujeres que utilizaron el pastel para reivindicarse en el arte. Sin embargo, la muestra está plagada de retratos femeninos: elegantes, sensuales, distantes,  y atractivas féminas que regocijan el alma de quien las contempla, sea hombre o mujer, pues finalizando la segunda década del siglo XXI, y en la decadencia más absoluto del mismo, se hecha mucho de menos esa “Beatrice” de Dante, que, si bien necesitaba reivindicar su igualdad legal y profesional con el hombre, también ha perdido la esencia de la feminidad.

Pero ese glamour convive con la realidad de la época: mujeres de clases sociales bajas: criadas, lavanderas, con nombres, desconocidas, vestidas, desnudas, jóvenes y ancianas, sin olvidar a las madres de familia y a los niños. El espectador puede contemplar el talante casi goyesco con el que George Hendrick Breitner deforma a sus Two Amsterdamse vrouwen (Dos criadas de Amsterdam) de 1892, en contraposición con la serenidad y distancia celestial que ofrece Odilion Redon ofrece con su Sainte Jeanne d’Arc, circa 1900.

 

Interesante también destacar dentro de ese apartado el contraste entre el fauvismo y el cubismo a través de la percepción que en Henri Gaudier-Brzeska y el retrato de su esposa Sophie, de 1913 con Gino Severini con el Ritratto di Madame S, ejecutado también por la misma fecha.

Por supuesto, el paisaje no podía faltar en una exposición de estas características, que, además, fue este tema, tal como indicó Philippe Saunier, el inicio del auge de esta técnica.

Paisajes románticos, idílicos, con celajes tormentosos y jardines bucólicos, donde bosques y montañas conviven con ruinas griegas, paisajes urbanos y entornos simbolistas, siendo este apartado también destacado en la muestra, ya que este estilo era de corte fantástico y onírico.

Una de las secciones más interesantes y un tanto enigmáticas es la dedicada a la pintura simbolista. Quienes se sentían identificados con este movimiento eran artistas disgustados por la incapacidad de la sociedad para resolver los problemas de la misma, por lo que buscaron nuevos valores basados en lo espiritual, creando una pintura no supeditada a la realidad de su momento, y rechazando lo que trae consigo la vida diaria, la aglomeración, la actividad industrial y la degradación.

Así, se hace imprescindible enfatizar a Émille-Antoine Bourdelle, con su retrato de una joven de 1898, en la que se aprecia un talante entre fantasmal y idílico, y el enigmático Ferdinand Knopff con su Diffidence (Inseguridad) de 1893, un rostro femenino hipnotizante que atrapa la mirada del espectador.

A destacar, también La Groute du drac. Manacor (Cova del Drac. Manacor) de William Degouve de Nuncques, fechado en 1901, tanto la pieza como el marco de la misma, de estilo modernista. Y del mismo autor Interieur de forêt de 1894. Unos trabajos que infunden misterio e idealismo, por querer encontrar en el sigilo el ideal perdido.

Evidentemente, una exposición con cerca de un centenar de obras, permite explayarse a placer, pero todo tiene un límite. Y este es el siglo XX, con obras de Picasso, Amadée Ozenfant, Le Courbussier o Roberto Matta, entre otros, llegando a 1986.