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EL ENTIERRO DEL CONDE ORGAZ – Doménikos Theotokópoulos – El Greco-

3ª Parte

 

LA INMACULADA, Coronación; pintura de Juan de Juanes, catalán del siglo XVI. Luce los atributos de las Letanías Lauretanas
El hecho de que María fuera objeto de tan alta veneración, precisamente al sur de los Pirineos, constituía una flagrante contradicción con la escasa valoración de la mujer en la sociedad española de la época. Estaba claramente peor considerada que en Italia, Alemania o Francia. La explicación está en el hecho de que durante varios siglos, los árabes ocuparon buena parte de España, incluida Toledo. Para los árabes la mujer era un ser inferior y corruptible– y lo sigue siendo en el siglo XXI – que había que vigilar constantemente. Es cierto que hubo en España monjas famosas, pero a diferencia de Francia, ninguna favorita real ejerció algún tipo de influencia.

Como demuestra palmariamente el cuadro del artista, ninguna mujer representaba papel alguno en la vida política. Entre los muchos varones que pueblan el cielo y la tierra, María es la única protagonista femenina.

Durante los siglos XVI y XVII, la virgen fue la figura más importante de la vida cultural y religiosa de España, y a ella dedicaron varias obras escritas Lope de Vega y Calderón de la Barca.

En este cuadro, el Greco reivindica claramente la necesidad de los santos. Junto con la Virgen, intercederán por los difuntos ante un Cristo que reina en la distancia; su intercesión será necesaria para salvar la barrera de nubes y despejar al alma del camino del paraíso. Por motivos teológicos, había que interrumpir el gran impulso que brota en el cuadro a través del arco de nubes iluminado desde abajo, el movimiento ascendente hasta Jesucristo por el canal de la luz. En efecto, si la Reforma suprimía a la Virgen y a los santos, la Contrarreforma tenía que evidenciarlos plásticamente y realzar su significación.

 

La Virgen de la Leche, Bernard van Orley ca.1520

 

El culto de la Virgen María, de carácter combativo muchas veces, culminó en la controversia sobre su concepción inmaculada, que hace referencia no a la de Jesús, sino a la suya propia. Su madre pudo haberla concebido sin intervención de varón. De haber intervenido un procreador, tuvo que darse la intervención divina, sin la mancha del pecado original. La Inmaculada Concepción no fue declarada dogma por el papa hasta el siglo XIX, aunque en España ya venía siendo considerada como tal. En 1618, todas las universidades se comprometieron a enseñar y defender la Inmaculada Concepción de María.

Ahora bien, desde la perspectiva española, los protestantes, además de deshonrar a Maria, también habían suprimido a los santos, que tan importante función desempeñaban en la religión católica.

 

Un rey entre santos

También Felipe II, que todavía vivía y reinaba en 1586, aparece con la mano en el pecho, entre los santos que detrás de San Juan rezan con él por el alma de Ruíz. Su reino era el mayor de todos los estados europeos. Del mismo formaban parte, no sólo los Países Bajos y Nápoles con el sur de Italia, sino también las colonias, muchas de ellas inmensas y situadas en el centro y sur de América. Era el reino en que, según una frase muy citada, nunca se ponía el sol.

Para sus numerosos súbditos, Felipe II vivía, obviamente, en una lejanía similar a la divina. Pero el ceremonial cortesano heredado de su padre, imponía también una distancia estricta al personal de la corte y del gobierno. Eran muy pocos los autorizados a acercársele, y solo de rodillas se le podía ofrecer algo.

Felipe II por Sofonisba Anguissola, 1565 Museo del Prado

El monarca modificó el ceremonial de su padre en un punto muy importante, característico suyo, consistente en que en su presencia, los eclesiásticos no estaban obligados a doblegar la rodilla; aunque los hubiese nombrado el mismo, a los representantes de Dios les reconocía un rango muy superior al de los representantes de intereses terrenales.

Y ese mismo fue el sentido de su reinado. Felipe II era mucho más defensor de la fe que de su reino. Cuando tuvo noticias de la destrucción de imágenes en los Países Bajos, escribió que ninguna pérdida personal le afectaba más que la menor ofensa o desconsideración al Señor y a sus imágenes. Ni siquiera “la ruina de todos sus países” le impediría “hacer lo que debe hacer al servicio de Dios un príncipe cristiano y piadoso, en testimonio de su fe católica y del poder y honor de la sede apostólica”.

Rose Marie & Rainer Hagen 
Los secretos de las obras de arte 
Taschen – Biblioteca Universales

 

 

2ª Parte

El milagro producido durante el entierro del Conde Orgaz que comentamos en el último párrafo de la primera parte era, efectivamente, conocido por los toledanos del siglo XVI. La leyenda formaba parte del acervo cultural religioso,  y se recordaba y repetía cada año en el día de San Esteban, en los sermones de la iglesia de Santo Tomé. El pintor unía en su visión el pasado y el presente, y utilizaba el milagro para ofrecer una visión espiritual.

El Greco pintó el cielo con tonos rebajados y sólo destacó cromáticamente a María. Tras ella aparece San Pedro con las llaves y más abajo están los “santos” del Antiguo Testamento como el rey David con el arpa, Moisés con las tablas de la ley y Noé con el arca. San Juan Bautista se arrodilla delante de la Virgen y en la parte más alta aparece Cristo en su trono.

 

El pintor representa el alma de Gonzalo Ruíz en forma de una figura infantil traslucida, transportada a lo alto por un ángel, aunque puede parecer que unas nubes compactas i transversales impiden la ulterior ascensión.

Esta circunstancia resulta sorprendente tras la honrosa distinción de que es objeto un hombre tan piadoso en la inhumación de su cuerpo ¿Es una contradicción? El pintor tenía sus motivos para no representar la ascensión del alma como algo natural. Todos ellos radicaban en la situación de la política de la Iglesia a finales del siglo XVI

 

La controversia sobre la madre de Dios

El Greco pintó en el siglo de la Reforma. Las ideas reformistas apenas encontraron seguidores en la península Ibérica, pero el reino de España incluía también los Países Bajos, donde las mismas se extendieron y en los que tropas mercenarias españolas y neerlandesas luchaban por las ciudades, los puertos y la verdadera Fe.

Para los españoles, las noticias que les llegaban del Norte eran horribles, pues hablaban de que se habían arrancado de sus pedestales las estatuas de los santos, se habían perforado con lanzas las imágenes de la Virgen y se habían puesto en movimiento fuerzas satánicas. Las informaciones según las cuales los iconoclastas destruyeron sólo a los santos y nunca a los demonios que se encontraban a sus pies, les convencieron de que no se trataba de un intento de reforma de la Iglesia, sino de poderes satánicos.

Los españoles mostraron una especial sensibilidad ante la devaluación de la Virgen, a la que tanto veneraban. Según Martín Lutero, María no era más santa que cualquier otro hombre que creyera en Jesucristo, y según otro reformador, María era una bolsa de oro antes del nacimiento de Jesús, pero una simple bolsa vacía después del mismo y rezar un avemaría constituía un sacrilegio porqué equivalía divinizar a una mujer.

Rose Marie & Rainer Hagen
Los secretos de las obras de arte
Taschen – Biblioteca Universales

 

1ª Parte

 

Dos santos depositan al donante noble en su tumba.

El cuadro llena la pared de una capilla de arco de medio punto, desde la parte superior hasta casi el suelo. Mide 4,80 x 3,60 metros. El espectador se encuentra con personajes de tamaño natural. Fueron pintados en 1586 para la iglesia de Santo Tomé en Toledo por Doménikos Theotokópoulos, natural de Creta y conocido en España como El Greco.

El Greco pintaba el milagro que pudo haber ocurrido en 1323 en la misma iglesia de Santo Tomé durante el entierro de D. Gonzalo Ruíz. Según la tradición, aparecieron los santos Esteban y Agustín que tomaron los restos mortales del difunto y los depositaron con sus propias manos en la tumba.

Vista de la villa de Orgaz

 

Ruíz había sido canciller de Castilla y señor de la Villa de Orgaz; fue un hombre acomodado e influyente, dispuesto a ayudar sobre todo a las instituciones religiosas. Facilitó a los agustinos un solar dentro de las murallas de Toledo y promovió con sus donativos y promovió con sus donativos la construcción de un monasterio y la reconstrucción de la iglesia de Santo Tomé.

Obligó a la villa de Orgaz a que, a su muerte, entregase cada año, tanto al monasterio como a la iglesia, 2 corderos, 16 gallinas, 2 odres de vino, 2 cargas de leña y 800 monedas. Los santos calificaron su presencia en el entierro como una “distinción” ofrecida a alguien que “había servido a Dios”. Según la leyenda, al desaparecer dejaron tras de sí, un aroma divino.

El Greco no intentó en absoluto vestir a sus personajes con trajes medievales. El sentido de los cambios políticos y sociales estaba poco desarrollado, y hubiera entrado en contradicción con la finalidad del encargo, ya que el cuadro no debía recordar un hecho histórico, sino advertir a sus contemporáneos y promover la emulación.

La tentativa de anclar claramente el acontecimiento en el presente, podría ser uno de los motivos determinantes,  para que el pintor reprodujera en la parte inferior del cuadro con tanta precisión y realismo, detalles tales como las golillas, los puños de encaje o la sobrepelliz transparente. Entre los hombres vestidos de negro, los toledanos reconocían a ciudadanos destacados de su ciudad.

En su regreso a la tierra, hasta los dos santos aparecen representados como hombres reales, sin aureola. El Greco pinta a San Agustín, el gran doctor de la iglesia como un anciano barbudo con tiara, y a San Esteban, el primer mártir cristiano como un joven. Bajo su capa, como si de un cuadro dentro de otro se tratase, reproduce la lapidación de San Esteban. Era el patrono titular del monasterio protegido por Gonzalo Ruiz.En las vestiduras del sacerdote situado a la derecha del cuadro, el Greco pintó imágenes y símbolos relacionados con  santo Tomás, titular de la iglesia y patrono de los arquitectos, representado generalmente con una escuadra.

Según parece, el pintor utilizó el milagro para impartir una lección sobre el culto de los santos. Así, ninguno de los presentes parece asustado, ni alza las manos al cielo aterrado, ni se arrodilla estremecido. Todo lo contrario, los dos monjes de la izquierda hablan entre sí, mientras los demás personajes se muestran serenos, y señalan con sus manos el extraordinario acontecimiento, como si fuese un ejemplo didáctico ya conocido.

Rose Marie & Rainer Hagen
Los secretos de las obras de arte
Taschen – Biblioteca Universales

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